La candidata demócrata lanza sus últimos esfuerzos en una ciudad que puede ser decisiva para la victoria
Kamala Harris abrazaba a Ann Hughes, madre del senador estatal demócrata Vincent Hughes y suegra de la galardonada actriz Sheryl Lee Ralph. La mujer acababa de expresarle sus temores de que, en poco más de una semana, Donald Trump vuelva a ganar la Casa Blanca.
“No se preocupe, todo va a estar bien”, repetía Harris durante una visita a la librería Hakim, en un barrio predominantemente negro del poniente de esta ciudad. “Nuestra victoria pasa por Filadelfia”, decía, confiada.
El temor de que la balanza se esté inclinando hacia Trump en estos días finales de las campañas electorales fue con lo que se topó la vicepresidenta de Estados Unidos durante su recorrido de ayer por distintos barrios de Filadelfia habitados por minorías.
La seguí durante toda la jornada, aunque la cobertura periodística resultó complicada por el hecho de que el equipo de comunicación de la campaña sólo compartió descripciones genéricas de los lugares donde se presentaría: “una iglesia negra”, “una peluquería”, “una librería”, “un centro de entrenamiento de basquetbol para jóvenes”, “un restaurante puertorriqueño”. Lo primero que hubo que hacer fue reportear las direcciones precisas.
Lo que parecía querer evitar el equipo de Harris era la presencia de trumpistas que sabotearan sus actos, algo que no se pudo evitar del todo, pues una mujer con una playera del candidato republicano interrumpió su discurso en el templo Church of Christian Compassion, al que acudió temprano.
“Es por esto que defendemos nuestra democracia”, dijo la demócrata, sonriendo, mientras la seguridad se llevaba del lugar a la manifestante.
Frente a la barbería Philly Cuts, en el barrio de la Universidad de Pensilvania, diez camionetas negras del Servicio Secreto y una veintena más de la policía estatal y de los bomberos de Filadelfia tomaron la calle Chesnut, mientras la candidata hablaba con supuestos clientes —en realidad, peluqueros del propio negocio, que ya había sido una parada de candidatos en campañas anteriores—, tratando de mantener el apoyo de la población afroamericana, parte de la cual parece estar yéndose con el candidato del partido republicano.
Los residentes del otro lado de la calle descubrieron sorprendidos, muy temprano, que la vicepresidenta estaría en su cuadra. Mientras el equipo de Harris les repartía cartones con el nombre de la candidata, un grupo de mujeres coreaba “¡No volveremos al pasado!”, uno de los lemas de la campaña demócrata.
Un policía afroamericano, que cuidaba el perímetro, se acercó. Curioso, preguntó: “¿Qué significa “no volver al pasado”? A mí me iba mejor de dinero cuando gobernaba Donald Trump”.
En el centro de entrenamiento de basquetbol, urgió a sus simpatizantes a que “nadie se quede fuera de la cancha” pues “no estaría bien despertarnos al día siguiente de las elecciones y lamentar algo que no hicimos”.
La vicepresidenta pasó el día cruzando Filadelfia, pero no se reunió con nadie que necesitara ser convencido. Todos sus interlocutores eran partidarios convencidos.
Por eso, la conclusión es que, en estos días de cuenta regresiva, la estrategia demócrata consiste en evitar que los cercanos se desanimen y no salgan a votar en una ciudad y un estado de los que parece depender quién ocupará la Presidencia de Estados Unidos el próximo cuatrienio.